La relación de Maquiavelo (1469 – 1527) con el
papado comienza en el momento en el que empieza a trabajar para el gobierno de
Florencia en 1498, tras unas disputas que acabaron con la muerte del monje
dominico Savonarola, opositor al por entonces papa Alejandro VI. La llegada de
Maquiavelo pues, estaría íntimamente ligada a este hecho. Ostentando el cargo
de secretario, fue enviado como legado a Roma en 1503, justo el año en el que
muere Alejandro VI. La muerte de este trajo consigo el brevísimo papado de Pio
III y la posterior llegada a dicho cargo de Giuliano della Rovere, que tomará
el nombre de Julio II.
Aunque nuestro personaje exigirá una entrada propia
en este caso nos centraremos en el concepto en sí de “papado renacentista”
desde el punto de vista de Maquiavelo, el cual incluye pero también trasciende
al propio Julio II. Así pues este autor también tuvo relación más o menos
estrecha con otros papas posteriores, como León X o Clemente VII, encargándole
este último la realización de su famosa Historia
de Florencia en 1523. Maquiavelo por tanto, siendo coetáneo de papas como
Julio II, fue testigo directo de una forma de gobierno eclesiástico que se
erigió como árbitro europeo y que desvirtuó lo que debía ser la labor de la
Iglesia en pos de intereses políticos y territoriales. Este tipo de gobierno lo
recogió en su obra El príncipe (1513)
enmarcándose a nivel general en lo que se ha creído conveniente denominar “papado
renacentista”, siguiendo pues una serie de premisas.
¿En qué consiste entonces un papado renacentista? El
concepto de papa renacentista se puede abarcar desde varios puntos de vista.
Uno de los más recurrentes es el que nos presenta al papa como un mecenas de
las artes que interviene en la remodelación de la ciudad de Roma o en la propia
sede vaticana. Aquí encontraríamos a papas como Nicolás V (y su intervención en
la Fontana di Trevi, entre otras) o Sixto IV (con la construcción de la famosa
capilla que lleva su nombre), ambos previos a la obra. Ubicaríamos entonces el
comienzo de los papados renacentistas en Nicolás V, a mediados del siglo XV. En
nuestro caso particular nos vamos a centrar más en otra de las perspectivas,
concretamente la referente a la caracterización política de ese estilo de
gobierno, la cual define y clasifica Maquiavelo en El príncipe. En su clasificación de tipos de gobierno principesco
distinguió cinco tipos, a saber: hereditarios, mixtos, nuevos, civiles y
eclesiásticos. Este último, precisamente, da a entender que dentro de que compartía
caracteres comunes con el resto, el gobierno eclesiástico también se desmarcaba
de estos. Estas características principales que lo definían eran: la
delimitación e integración del territorio estatal, la afirmación del gobierno “monárquico”
y la consecuente subordinación de la aristocracia, la mutación de
papa-sacerdote a papa-rey, la consolidación del Estado y el reconocimiento
internacional y la construcción de un sistema fiscal y administrativo más
integral (para vertebrar mejor dicho Estado). Estas características podrían,
salvo la referente al papa en sí, achacarse a otro estado en construcción de la
época, en una Europa que estaba por ver la conformación diversa y compleja del
imperio de Carlos V.
Quizás el aspecto más difícil de llevar a cabo por
parte de estos papados renacentista fuese el subordinar a una aristocracia que
no dejaba de estar en los cimientos de las elecciones papales. La corta
duración de los papados, la arraigada lucha por el poder entre familias nobles
como los Orsini y los Colonna, el germen republicano de Roma o el bando
conciliarista de la Iglesia ponían en jaque dicho objetivo. El propio
Maquiavelo se presenta como ambiguo con respecto al poder enfrentado de la
aristocracia y el del papa, apoyando aparentemente la necesidad de que ambas
facciones del poder estuviesen enfrentadas y a la vez controladas entre sí.
Por otra parte, en el aspecto puramente espiritual
el papado venía arrastrando una decadencia, pues tras el famoso Cisma de
Occidente y la francofilia de parte del colegio cardenalicio emergieron bandos
que buscaban ganarse a los cardenales en pos de conseguir el cargo papal. El
desgaste que esto trajo, unido a un desinterés y dejadez para con su labor de “pastor
universal del cristianismo”, acabó degenerando en una especie de estado
eclesiástico con intereses territoriales integrado en el tablero político
europeo. Desaparecía paulatinamente la labor eclesiástica como tal y se
subordinaba al éxito militar y bélico; la Iglesia pues hacía oídos sordos a lo
que debía ser e imitaba la actitud de los estados que la rodeaban, ahora
pasaría a ser una especie de confederación de estados cristianos liderados
militarmente por su santidad. Podemos decir que desde Martín V en adelante los
papas colgaron el hábito y desenvainaron la espada, sin llegar ninguno de ellos
al extremo de arriesgar sus dominios en una Cruzada, como hiciera siglos atrás
Urbano II, entre otros. Lo importante era que estos papas-monarcas afianzaran
sus territorios y lucharan por expandirse, a la vez que se intentaban legitimar
en su previsible corto “reinado” a través de la colocación de familiares y de
la apuesta por el mecenazgo artístico antes citado.
Además también se llevó a cabo una importante labor
diplomática, convirtiendo a Roma en referente, propició tratos y pactos con
otros monarcas a través de los cuales se les reconocería ciertas facultades
religiosas a cambio de reciprocidad en el ámbito político con los Estados
Pontificios. En cuanto a los sistemas administrativos y legales creados por
estos papas destaca la adquisición de ingresos fiscales tanto religiosos como
meramente civiles, jugando un papel importante los procedentes de la venta de
cargos. El crédito también venía aumentando desde el fin del Cisma de Occidente
(del cual el papado salió reforzado) propiciando así más y mejores créditos,
creándose así una deuda pública que sería común a muchos de los estados
europeos del Renacimiento.
Bibliografía:
- García Jurado, R. (2017). Maquiavelo, Julio II y el
papado renacentista, POLIS. 13 (2),
13-39.
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