lunes, 23 de diciembre de 2019

Maquiavelo y el concepto de "papado renacentista".


La relación de Maquiavelo (1469 – 1527) con el papado comienza en el momento en el que empieza a trabajar para el gobierno de Florencia en 1498, tras unas disputas que acabaron con la muerte del monje dominico Savonarola, opositor al por entonces papa Alejandro VI. La llegada de Maquiavelo pues, estaría íntimamente ligada a este hecho. Ostentando el cargo de secretario, fue enviado como legado a Roma en 1503, justo el año en el que muere Alejandro VI. La muerte de este trajo consigo el brevísimo papado de Pio III y la posterior llegada a dicho cargo de Giuliano della Rovere, que tomará el nombre de Julio II.
Aunque nuestro personaje exigirá una entrada propia en este caso nos centraremos en el concepto en sí de “papado renacentista” desde el punto de vista de Maquiavelo, el cual incluye pero también trasciende al propio Julio II. Así pues este autor también tuvo relación más o menos estrecha con otros papas posteriores, como León X o Clemente VII, encargándole este último la realización de su famosa Historia de Florencia en 1523. Maquiavelo por tanto, siendo coetáneo de papas como Julio II, fue testigo directo de una forma de gobierno eclesiástico que se erigió como árbitro europeo y que desvirtuó lo que debía ser la labor de la Iglesia en pos de intereses políticos y territoriales. Este tipo de gobierno lo recogió en su obra El príncipe (1513) enmarcándose a nivel general en lo que se ha creído conveniente denominar “papado renacentista”, siguiendo pues una serie de premisas.
¿En qué consiste entonces un papado renacentista? El concepto de papa renacentista se puede abarcar desde varios puntos de vista. Uno de los más recurrentes es el que nos presenta al papa como un mecenas de las artes que interviene en la remodelación de la ciudad de Roma o en la propia sede vaticana. Aquí encontraríamos a papas como Nicolás V (y su intervención en la Fontana di Trevi, entre otras) o Sixto IV (con la construcción de la famosa capilla que lleva su nombre), ambos previos a la obra. Ubicaríamos entonces el comienzo de los papados renacentistas en Nicolás V, a mediados del siglo XV. En nuestro caso particular nos vamos a centrar más en otra de las perspectivas, concretamente la referente a la caracterización política de ese estilo de gobierno, la cual define y clasifica Maquiavelo en El príncipe. En su clasificación de tipos de gobierno principesco distinguió cinco tipos, a saber: hereditarios, mixtos, nuevos, civiles y eclesiásticos. Este último, precisamente, da a entender que dentro de que compartía caracteres comunes con el resto, el gobierno eclesiástico también se desmarcaba de estos. Estas características principales que lo definían eran: la delimitación e integración del territorio estatal, la afirmación del gobierno “monárquico” y la consecuente subordinación de la aristocracia, la mutación de papa-sacerdote a papa-rey, la consolidación del Estado y el reconocimiento internacional y la construcción de un sistema fiscal y administrativo más integral (para vertebrar mejor dicho Estado). Estas características podrían, salvo la referente al papa en sí, achacarse a otro estado en construcción de la época, en una Europa que estaba por ver la conformación diversa y compleja del imperio de Carlos V.
Quizás el aspecto más difícil de llevar a cabo por parte de estos papados renacentista fuese el subordinar a una aristocracia que no dejaba de estar en los cimientos de las elecciones papales. La corta duración de los papados, la arraigada lucha por el poder entre familias nobles como los Orsini y los Colonna, el germen republicano de Roma o el bando conciliarista de la Iglesia ponían en jaque dicho objetivo. El propio Maquiavelo se presenta como ambiguo con respecto al poder enfrentado de la aristocracia y el del papa, apoyando aparentemente la necesidad de que ambas facciones del poder estuviesen enfrentadas y a la vez controladas entre sí.
Por otra parte, en el aspecto puramente espiritual el papado venía arrastrando una decadencia, pues tras el famoso Cisma de Occidente y la francofilia de parte del colegio cardenalicio emergieron bandos que buscaban ganarse a los cardenales en pos de conseguir el cargo papal. El desgaste que esto trajo, unido a un desinterés y dejadez para con su labor de “pastor universal del cristianismo”, acabó degenerando en una especie de estado eclesiástico con intereses territoriales integrado en el tablero político europeo. Desaparecía paulatinamente la labor eclesiástica como tal y se subordinaba al éxito militar y bélico; la Iglesia pues hacía oídos sordos a lo que debía ser e imitaba la actitud de los estados que la rodeaban, ahora pasaría a ser una especie de confederación de estados cristianos liderados militarmente por su santidad. Podemos decir que desde Martín V en adelante los papas colgaron el hábito y desenvainaron la espada, sin llegar ninguno de ellos al extremo de arriesgar sus dominios en una Cruzada, como hiciera siglos atrás Urbano II, entre otros. Lo importante era que estos papas-monarcas afianzaran sus territorios y lucharan por expandirse, a la vez que se intentaban legitimar en su previsible corto “reinado” a través de la colocación de familiares y de la apuesta por el mecenazgo artístico antes citado.
Además también se llevó a cabo una importante labor diplomática, convirtiendo a Roma en referente, propició tratos y pactos con otros monarcas a través de los cuales se les reconocería ciertas facultades religiosas a cambio de reciprocidad en el ámbito político con los Estados Pontificios. En cuanto a los sistemas administrativos y legales creados por estos papas destaca la adquisición de ingresos fiscales tanto religiosos como meramente civiles, jugando un papel importante los procedentes de la venta de cargos. El crédito también venía aumentando desde el fin del Cisma de Occidente (del cual el papado salió reforzado) propiciando así más y mejores créditos, creándose así una deuda pública que sería común a muchos de los estados europeos del Renacimiento.






Bibliografía:
- García Jurado, R. (2017). Maquiavelo, Julio II y el papado renacentista, POLIS. 13 (2), 13-39.

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