martes, 24 de diciembre de 2019

Julio II y el mecenazgo artístico.


Más allá de su faceta como papa-soldado y su carácter impetuoso y bélico Julio II también destacó como un importante mecenas artístico, siguiendo el modelo de otros pontífices renacentistas que le precedieron, como Nicolás V. Conocida es su relación de “amor-odio” con Miguel Ángel Buonarroti, a quien encargó entre otras cosas pintar el techo de la Capilla Sixtina o erigir su propia tumba. El artista, quien sí pudo finalizar las obras en la capilla, no pudo ver acabada su intervención en el citado sepulcro, dejando no obstante para la posteridad su conocido Moisés en dicho complejo arquitectónico. Esta obra no estuvo exenta de problemas, pues tras nueve meses eligiendo el mármol en las minas de Carrara para la elaboración del Moisés Miguel Ángel decide cancelar temporalmente dicho proyecto, lo cual estuvo a punto de costarse la excomunión por parte de un enfurecido Julio II. Este no sería el primer encuentro dialectico y físico entre ambos, pues tras una reconciliación mutua en 1508 recayeron a la hora de pactar las obras en la bóveda de la Capilla Sixtina. Tanto Miguel Ángel como Julio II volvieron a entrar en un estado de crispación y confrontación, al no ponerse de acuerdo en aspectos como la elaboración individual de la obra, su temática o el simple hecho de que fuese pintura y no escultura.
Además de con Miguel Ángel también fue mecenas de artistas como Rafael, a quien encargó su primer retrato, o Bramante; a quien encargó el proyecto de erigir una nueva basílica ex-novo al estilo renacentista, retomando la idea primigenia de Nicolás V (aunque este solo pretendía remodelar lo existente, no crear de cero). 

Retrato de Julio II pintado por Rafael.

Con la construcción de esta nueva basílica de San Pedro el papa pretendía engrandecer su figura y que el edificio albergara su propia sepultura. Esta obra magna finalizaría definitivamente en el año 1626, siendo papa Paulo V. Dicha sepultura acabaría, tras la finalización de su tumba por parte de los discípulos de Miguel Ángel, en la iglesia de San Pietro in Vincoli (Roma). Julio II fue también promotor de la creación del Museo Vaticano, el cual todavía hoy se puede visitar, además de iniciar las restauraciones en monumentos como el Foro o el Coliseo, en Roma.






Webgrafía:

Maquiavelo y Julio II: entre la fortuna y el reconocimiento.


Maquiavelo, del que ya hemos hablado anteriormente, centra parte de su obra El príncipe en Julio II, concretamente capítulos como el XI o el XIII. El papado de éste, precedido por el polémico Alejandro VI, arrastraba varias ganancias del anterior. Así, encontramos a una aristocracia de la Romaña mermada, un aumento del poder papal, una creciente y propensa tendencia al expansionismo y unas vías de ingresar dinero que el propio Julio II perfeccionaría. En su resumen, pues, Maquiavelo nos habla del creciente poder de que los Estados Pontificios adquirieron durante esta época y que lo colocaron en la primera línea de los poderes europeos, llegando a ser determinante en los sucesos bélicos acontecidos en la península itálica.
En cuanto al carácter militar de Julio II, Maquiavelo expone en el citado capítulo XIII que este papa es un mal ejemplo a la hora de actuar bélicamente, pues se valió de tropas auxiliares y mercenarias, en contraposición a su predecesor en el cargo, que por medio de César Borgia utilizó tropas propias. El uso de estas tropas militares auxiliares es para Maquiavelo una mala elección por parte de Julio II, el cual tuvo “buena suerte”, pues salió ileso políticamente hablando del uso de unas tropas (véase extranjeras) que podrían haber sometido o dejado maltrecho al papado. Entendemos pues que más allá del propio carácter bélico que se había consolidado institucionalmente en el papado habría que sumar un “plus” de peligrosidad al recurrir a potencias extranjeras por parte de Julio II. El hecho de salir beneficiado de este recurso bélico indicaría el ingente poder que los Estados Pontificios habían acumulado para entonces, destacando el periodo de gestación de ese aumento durante el gobierno del citado papa Borgia. No obstante el autor dará una gran importancia a la fortuna para explicar cómo el papa se libró de la traición de las tropas auxiliares debido entre otras cosas a la intervención de los suizos. Aquí podemos observar como el autor incide en el error de haber utilizado y en la suerte de salir indemne más que en la capacidad del papa de actuar a tiempo para salir airoso. Esto podría responder a una adecuación por parte de Maquiavelo de la figura de Julio II como modelo práctico de qué no debe hacerse, idealizando su figura y no entrando en profundidad en el análisis de sus actos. A partir de este punto se pone en cuestión la actividad de Maquiavelo al hacer historia de manera interesada para cuadrar sus tesis; como la que afirmaría que no es prudente usar tropas auxiliares, destacando Julio II a modo de excepción “fortuita” a dicha regla. Este discurso ganaba credibilidad al utilizar ejemplos coetáneos o recientes, haciendo hincapié en la capa más externa de la memoria colectiva y aumentando así la persuasión de sus tesis.
En capítulos posteriores Maquiavelo pone a Julio II como ejemplo de buen uso de la liberalidad y la parsimonia; véase mostrarse generoso cuando se pretende alcanzar el poder para posteriormente apostar por la austeridad económica. Observamos aquí un cambio de actitud frente al aspecto económico que el autor alaba y cree necesario para alcanzar el poder. También dedica espacios a juzgar el citado carácter afortunado del papa hasta el punto de afirmar que si hubiese vivido más hubiesen sido testigos de su ruina, atribuyendo parte de la suerte de su éxito bélico a la impetuosidad con la que actuaba. Esto habría de enmarcarse dentro de una tesis en la cual afirma que quien no fuese capaz de adaptarse a los tiempos fracasaría, volviendo a destacar Julio II por no adecuarse a estas premisas y ser una excepción. En este caso la concordancia de “los tiempos” y “los modos” del citado papa serían el equivalente a volver a afirmar que el éxito de éste se debe a la fortuna y no a sus acciones concretas. En conclusión se puede afirmar que esta reticencia de Maquiavelo de otorgar reconocimientos a Julio II por su éxito bélico (logrado por sus actos) podría ser interesada. Al atribuirle a la fortuna o a la casual complementación de los modos y los tiempos el devenir de los hechos podría estar evitando que los príncipes nuevos imitaran al papa, al no haber dependido de él el éxito de esas supuestas temeridades excepcionales.






Bibliografía:
- Llorca Morell, B. (2014). Experiencia e imitación en la obra de Maquiavelo. Las figuras políticas en la génesis del “ottimo príncipe”. Universitat de Barcelona, Barcelona.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Maquiavelo y el concepto de "papado renacentista".


La relación de Maquiavelo (1469 – 1527) con el papado comienza en el momento en el que empieza a trabajar para el gobierno de Florencia en 1498, tras unas disputas que acabaron con la muerte del monje dominico Savonarola, opositor al por entonces papa Alejandro VI. La llegada de Maquiavelo pues, estaría íntimamente ligada a este hecho. Ostentando el cargo de secretario, fue enviado como legado a Roma en 1503, justo el año en el que muere Alejandro VI. La muerte de este trajo consigo el brevísimo papado de Pio III y la posterior llegada a dicho cargo de Giuliano della Rovere, que tomará el nombre de Julio II.
Aunque nuestro personaje exigirá una entrada propia en este caso nos centraremos en el concepto en sí de “papado renacentista” desde el punto de vista de Maquiavelo, el cual incluye pero también trasciende al propio Julio II. Así pues este autor también tuvo relación más o menos estrecha con otros papas posteriores, como León X o Clemente VII, encargándole este último la realización de su famosa Historia de Florencia en 1523. Maquiavelo por tanto, siendo coetáneo de papas como Julio II, fue testigo directo de una forma de gobierno eclesiástico que se erigió como árbitro europeo y que desvirtuó lo que debía ser la labor de la Iglesia en pos de intereses políticos y territoriales. Este tipo de gobierno lo recogió en su obra El príncipe (1513) enmarcándose a nivel general en lo que se ha creído conveniente denominar “papado renacentista”, siguiendo pues una serie de premisas.
¿En qué consiste entonces un papado renacentista? El concepto de papa renacentista se puede abarcar desde varios puntos de vista. Uno de los más recurrentes es el que nos presenta al papa como un mecenas de las artes que interviene en la remodelación de la ciudad de Roma o en la propia sede vaticana. Aquí encontraríamos a papas como Nicolás V (y su intervención en la Fontana di Trevi, entre otras) o Sixto IV (con la construcción de la famosa capilla que lleva su nombre), ambos previos a la obra. Ubicaríamos entonces el comienzo de los papados renacentistas en Nicolás V, a mediados del siglo XV. En nuestro caso particular nos vamos a centrar más en otra de las perspectivas, concretamente la referente a la caracterización política de ese estilo de gobierno, la cual define y clasifica Maquiavelo en El príncipe. En su clasificación de tipos de gobierno principesco distinguió cinco tipos, a saber: hereditarios, mixtos, nuevos, civiles y eclesiásticos. Este último, precisamente, da a entender que dentro de que compartía caracteres comunes con el resto, el gobierno eclesiástico también se desmarcaba de estos. Estas características principales que lo definían eran: la delimitación e integración del territorio estatal, la afirmación del gobierno “monárquico” y la consecuente subordinación de la aristocracia, la mutación de papa-sacerdote a papa-rey, la consolidación del Estado y el reconocimiento internacional y la construcción de un sistema fiscal y administrativo más integral (para vertebrar mejor dicho Estado). Estas características podrían, salvo la referente al papa en sí, achacarse a otro estado en construcción de la época, en una Europa que estaba por ver la conformación diversa y compleja del imperio de Carlos V.
Quizás el aspecto más difícil de llevar a cabo por parte de estos papados renacentista fuese el subordinar a una aristocracia que no dejaba de estar en los cimientos de las elecciones papales. La corta duración de los papados, la arraigada lucha por el poder entre familias nobles como los Orsini y los Colonna, el germen republicano de Roma o el bando conciliarista de la Iglesia ponían en jaque dicho objetivo. El propio Maquiavelo se presenta como ambiguo con respecto al poder enfrentado de la aristocracia y el del papa, apoyando aparentemente la necesidad de que ambas facciones del poder estuviesen enfrentadas y a la vez controladas entre sí.
Por otra parte, en el aspecto puramente espiritual el papado venía arrastrando una decadencia, pues tras el famoso Cisma de Occidente y la francofilia de parte del colegio cardenalicio emergieron bandos que buscaban ganarse a los cardenales en pos de conseguir el cargo papal. El desgaste que esto trajo, unido a un desinterés y dejadez para con su labor de “pastor universal del cristianismo”, acabó degenerando en una especie de estado eclesiástico con intereses territoriales integrado en el tablero político europeo. Desaparecía paulatinamente la labor eclesiástica como tal y se subordinaba al éxito militar y bélico; la Iglesia pues hacía oídos sordos a lo que debía ser e imitaba la actitud de los estados que la rodeaban, ahora pasaría a ser una especie de confederación de estados cristianos liderados militarmente por su santidad. Podemos decir que desde Martín V en adelante los papas colgaron el hábito y desenvainaron la espada, sin llegar ninguno de ellos al extremo de arriesgar sus dominios en una Cruzada, como hiciera siglos atrás Urbano II, entre otros. Lo importante era que estos papas-monarcas afianzaran sus territorios y lucharan por expandirse, a la vez que se intentaban legitimar en su previsible corto “reinado” a través de la colocación de familiares y de la apuesta por el mecenazgo artístico antes citado.
Además también se llevó a cabo una importante labor diplomática, convirtiendo a Roma en referente, propició tratos y pactos con otros monarcas a través de los cuales se les reconocería ciertas facultades religiosas a cambio de reciprocidad en el ámbito político con los Estados Pontificios. En cuanto a los sistemas administrativos y legales creados por estos papas destaca la adquisición de ingresos fiscales tanto religiosos como meramente civiles, jugando un papel importante los procedentes de la venta de cargos. El crédito también venía aumentando desde el fin del Cisma de Occidente (del cual el papado salió reforzado) propiciando así más y mejores créditos, creándose así una deuda pública que sería común a muchos de los estados europeos del Renacimiento.






Bibliografía:
- García Jurado, R. (2017). Maquiavelo, Julio II y el papado renacentista, POLIS. 13 (2), 13-39.

sábado, 7 de diciembre de 2019

El papado de Julio II (1503-1513).


Tras la muerte de Pio III en octubre de 1503 se celebró un cónclave, dicen que el más rápido que se recuerda, donde fue elegido papa el cardenal Giuliano della Rovere, bajo el nombre de Julio II. En la reunión cardenalicia previa se había llegado a unos acuerdos comunes con respecto a la actividad del próximo pontífice: mantener la guerra contra los turcos, reponer la disciplina eclesiástica, convocar otro cónclave dos años más tarde, no declarar la guerra sin el permiso de la mayoría de los cardenales y que se eligiera el lugar del próximo concilio entre los votos del papa y de dos tercios de los cardenales. Estos requisitos se le hacían difíciles a un Julio II irascible, bélico y ambicioso que caracterizará su papado por la expansión militar de los Estados Pontificios y por sus reformas en la sede vaticana, entre otras cosas.




Su objetivo de restaurar las fronteras pontificias y dar más poder al papa se dejaría ver desde un primer momento, conociéndole posteriormente como il papa terribile. Uno de los primeros objetivos fue el concerniente a recuperar la soberanía sobre Perugia, Bolonia y los territorios de la Romaña invadidos por Venecia y previamente conquistados por César Borgia antes de su huida. La confrontación con Venecia estaba servida, pues ésta denegada la devolución de las ciudades que había conquistado en la Romaña, llegándose a un acuerdo en 1505 que no hacía más que cerrar temporalmente ese frente. Tras esto el papa se dedicó, liderando él mismo a los ejércitos en 1506, a recuperar tanto Perugia (donde mandaban despóticamente los Baglioni) como Colonia (donde hacían lo propio los Bentivoglio), perteneciendo ambas ciudades a los Estados Pontificios. Ante la amenaza veneciana el papa Julio II acordó con el emperador Maximiliano (con quien compartía adversario) la creación de una liga, a la cual se sumarían Francia y Fernando el Católico.
Los dos Tratados de Cambrai de 1508 proyectaban, además de una alianza contra los turcos, otra equivalente contra Venecia. El plan era quitarle todas las posesiones que tuviesen en la península itálica, la denominada Terraferma. En la Batalla de Agnadello (1509) Venecia cayó derrotada frente a las tropas de la liga, cediendo gran parte de sus territorios pero manteniendo su integridad territorial y consiguiendo mediante diplomacia acabar con la citada liga. Así, se llegó a paces con todos los integrantes de ésta, destacando el caso del papa, que al fin conseguía extender su poder por la Romaña. El acuerdo al que llegó Julio II con Venecia traía varias disposiciones; como la devolución por parte de esta última de todas las ciudades en disputa en la Romaña, la renuncia a reclamar ciertos beneficios, el reconocimiento y exención de pagar impuestos para el clero y sus tribunales; la revocación de todos los pactos hechos con las ciudades pontificias y permitir a sus súbditos la libre navegación por el Adriático.
Ahora el objetivo se ponía sobre Francia, la cual podía amenazar la soberanía ya no solo de los Estados Pontificios sino de toda Italia (sobre todo Milán). Así, llegaría el reconocimiento de la soberanía española en Nápoles (1510) y la unión con Venecia, Fernando el Católico, los cantones suizos, el emperador e Inglaterra en la Liga Santa (1511). “¡Fuori i barbari!”, frase que le atribuyen a Julio II y que está puesta en seria duda, refleja la actitud del papa en estos momentos. Incluso hubo un intento por parte de Julio II de hacer que se sublevara la ciudad de Génova, llegando también a atacar al duque de Ferrara, quien era aliado del rey de Francia. Por su parte Francia respondió promulgando la Sanción Pragmática de Bourges, la cual limitaba el poder papal sobre la Iglesia francesa. Además dio su apoyo a una serie de cardenales para que llevaran a cabo un Concilio general (“conciliábulo”) en Pisa en 1511, a través del cual eligieron a un nuevo papa, Martín VI. Tanto ese conciliábulo como el nombramiento de otro papa paralelo (recordando lo que ocurría un siglo atrás) fueron un fracaso a nivel de reconocimiento, pues ninguna gran potencia lo apoyó. Algunos integrantes de la Liga Santa por su parte, sí veían que era más que necesario convocar un concilio con vistas a reformar una Iglesia que veía poco a poco como temblaban los que debían ser sus pilares más fundamentales de cara al creyente. Con apoyo principalmente del emperador Maximiliano, Julio II convocó el V Concilio Lateranense, celebrado en Letrán (1512-1517) y que contrarrestaba lo que había hecho Francia un año antes. En este concilio se condenó el conciliábulo de Pisa y se anuló la Sanción Pragmática.
La debilidad francesa hizo que el Concilio de Pisa se tuviera que trasladar a Milán, ciudad de la cual serán expulsados por los suizos, trasladándose finalmente a Lyon. Los cardenales que apoyaron dicho concilio fueron excomulgados, no siendo reconocido el V Concilio de Letrán por parte de Francia hasta después del fallecimiento de Julio II, momento en el que se prohibió el soborno a la hora de elegir al papa. Durante sus últimos años Julio II expandió los Estados Pontificios tras la conquista de Módena (1510), Piacenza y Parma (1512), expulsando a los franceses de Italia. En el ámbito internacional destaca el reconocimiento que Julio II dio a la conquista de Navarra efectuada por Fernando el Católico, otorgando bulas condenatorias a los reyes de Navarra en 1512 y 1513; siendo estos Catalina I de Navarra Foix-Grailly-Béarn y Juan de Albret.


Mapa de los territorios pertenecientes a los Estados Pontificios durante el papado de Julio II.

Alabado por unos y criticado por otros tantos, el papado de Julio II no dejó indiferente a nadie. En una Europa que vería resquebrajarse la cristiandad en lo que restaba de siglo, la década de Julio II como papa fue quizás el último repunte de una Iglesia que ya veía venir la crisis que se anticipaba en Letrán. El carácter excesivamente militarista, bélico y expansionista de este papado puso en jaque lo que debía ser la labor del papa, ya que había dejado una impronta que traería dificultades diplomáticas y un precedente poco menos que cuestionable sobre ciertos límites en la legitimidad de la Iglesia.





- Bibliografía:

Collins, R. (2009). Los guardianes de las llaves del cielo. Una historia del papado. Barcelona, España: Ariel.

Duby, G. (2018). Atlas histórico mundial. Barcelona, España: Larousse.

Ribot, L. (2017). La Edad Moderna (siglos XV - XVIII). Madrid, España: Marcial Pons Historia.


- Webgrafía:

viernes, 6 de diciembre de 2019

¿Quién era Giuliano della Rovere antes de alcanzar el papado?


Giuliano della Rovere nació en Albissola Marina, República de Génova, en 1443. Sobrino del que sería el papa Sixto IV (1471-1484), Giuliano se crio en una familia de artesanos que aun pudiendo tener ascendencia noble vivían relativamente empobrecidos. Hijo de Rafael della Rovere y de Teodora Manerota, Giuliano se educó en Perugia, cayendo esta responsabilidad en la Orden Franciscana, a la cual pertenecía su tío Francesco (futuro papa Sixto IV). Será tras el ascenso al papado de éste, quien daría nombre a la Capilla Sixtina, cuando Giuliano comience a ostentar cargos eclesiásticos y a empezar a ser conocido en dicha élite.
Así, en 1471 Giuliano sería nombrado cardenal en San Pedro en Víncoli (Roma), donde hoy en día se encuentra el mausoleo de Julio II custodiado por el Moisés de Miguel Ángel, entre otras obras.


Tumba de Julio II en San Pedro en Víncoli, Roma.
                                               
Durante esa década también ocuparía numerosas sedes episcopales, como la de Catania (1473-1474), Carpentras (1471-1472) o Lausanne (1472-1476), entre otras. En su amplio currículum también destaca el haber sido arzobispo de Aviñón (1474-1503), legado en Francia (1480-1484), abad comendador en varias ciudades, etc., además de cobrar otros tantos beneficios ligados a toda una serie de títulos eclesiásticos. En cuanto a su vida privada se sabe que no fue precisamente la más casta e inmaculada que se recuerda, pues se sabe que tuvo varias hijas, siendo la célebre Felice della Rovere la única que alcanzaría la adultez.
A lo largo de la década de 1480 participó en lo que podríamos denominar “diplomacia” eclesiástica tanto en Italia como en Francia o los actuales Países Bajos. En Italia medió en nombre del Papa en Umbría para restablecer la paz, en la guerra entre la unión “Veneto-papal” y Ferrara (1482); o protegiendo a los Colonna del cardenal Riario en 1484. Fue precisamente ese año cuando tras la muerte de su tío llegó al papado el cardenal Cibo, con el nombre de Inocencio VIII. Dicho cónclave de 1484 se recuerda por ser uno de los más tensos y violentos a nivel de esfera pública. El fallecido Sixto IV no contaba con el apoyo de gran parte del pueblo romano, formándose así dos bandos en torno a los cuales debía realizarse la elección del nuevo papa. Entre los partidarios de Sixto IV estaba lógicamente su sobrino Giuliano, quien debía al primero su educación y su carrera eclesiástica. La llegada al trono papal de Inocencio VIII estuvo pues manchada por las prácticas de soborno y tráfico de influencias que la familia del difunto papa utilizó para mantener el poder. De entre todos los miembros destacaría Giuliano, quien tenía en Inocencio VIII a un títere necesario en espera de poder alcanzar en un futuro el máximo cargo eclesiástico que este ocupaba.

Al propio Giuliano se le atribuye el apoyo que Inocencio VIII dio a los insurgentes en la llamada “Conjura de los Barones” en contra del rey Fernando I (o Ferrante) de Nápoles (hijo bastardo de Alfonso V de Aragón). Tras este conflicto; saldado con una paz en 1486 y el cese del tributo anual que dicho reino daba al Vaticano, llegó la ruptura entre Inocencio VIII y Giuliano, aliándose el primero con los Médicis, enemigos de la familia della Rovere. No obstante el conocido como “cardenal della Rovere” seguiría utilizando su influencia en la cúpula eclesiástica para optar al papado, oportunidad que llegó tras la muerte de Inocencio VIII en 1492. En ese concilio acabó subiendo al trono de San Pedro el cardenal Rodrigo Borgia bajo el nombre de Alejandro VI. Los Borgia, enemigos de los della Rovere, habían visto triunfar a su candidato, obligando a Giuliano a tomar ciertas decisiones. En un primer momento tuvo que huir de Roma al estar en peligro su integridad, posteriormente huyó a Francia a encontrarse con el rey Carlos VIII, a quien le propondría conquistar Nápoles e intentar deponer a Alejandro VI. Fracasó en su intento, pues el entonces papa se acabó ganando el favor de dicho rey francés tras ofrecerle al ministro Briçonnet el cargo cardenalicio. Estos años se tradujeron en una serie de idas y venidas por parte de Giuliano, saliendo de Roma por desconfiar de la palabra del papa y volviendo en pos de recurrentes proposiciones de reconciliación.

En 1503 y tras la muerte, supuestamente por malaria, de Alejandro VI (a quien della Rovere había acusado de llegar al trono por simonía) se postulaba como principal candidato al papado su hijo César; que no pudo manipular el cónclave al estar postrado por la citada enfermedad. Tras este contratiempo para los Borgia se eligió al viejo y enfermizo Pio III (1503-1503), quien apenas duraría unos días en el cargo. Fue tras la muerte de este cuando, ya en el segundo cónclave, se hizo con la mayoría de votos el cardenal della Rovere; principal opositor a los Borgia, que adoptaría el nombre de Julio II (1503-1513).





- Bibliografía:


Collins, R. (2009). Los guardianes de las llaves del cielo. Una historia del papado. Barcelona, España: Ariel.



- Webgrafía:
https://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_Julio_II

Julio II y el mecenazgo artístico.

Más allá de su faceta como papa-soldado y su carácter impetuoso y bélico Julio II también destacó como un importante mecenas artístico, si...